miércoles, 12 de agosto de 2015

La señorita de Marbeuf. Armas de mujer



La Srta. de Marbeuf es la protagonista de la novela homónima de Jean-Louis Dubut de Laforest. Se trata de la historia de una venganza, pero no es una venganza escabrosa ni truculenta, sino dulce y placentera; venganza cuyo brazo ejecutor es una hermosa mujer y el arma elegida el sexo. La hipótesis de partida del autor consiste en que cuando la agraviada es una mujer, ésta, en su deseo de venganza, no es frecuente que haga uso de armas de fuego o armas blancas por temor a fallar en el intento. Además le repugna la visión de la sangre, por lo que recurre a procedimientos más limpios como el veneno, método más sutil y más fácil de suministrar a la víctima, aun cuando, por el contrario, resulta más difícil de conseguir. Pero en nuestro caso, no es un arma al uso ni un veneno. Es sencillamente sexo.
¿Una mujer es capaz de fatigar a un hombre, agotándole hasta el extremo de que esa debilidad desencadene su muerte?
En el siglo XIX muchos estudios médicos mantenían la teoría de que los excesos sexuales provocaban en el individuo una serie de trastornos físicos y psíquicos que solían conducir irremisiblemente a la muerte. La mayoría de estas enfermedades eran pura y simplemente afecciones de transmisión sexual, en especial la sífilis, el llamado mal del siglo XIX por la cantidad de víctimas que provocaba. Nada se sabía de esa enfermedad y por supuesto se ignoraba el tratamiento para su curación. Ante una medicina desconocedora de las causas de aquellos gravessíntomas, éstas solían achacarse al abuso desmedido de las capacidades del cuerpo humano, sobre todo aquellas costumbres licenciosas propias de una época muy libertina e insalubre.
Tan es así, que en la novela que nos ocupa, publicada en 1888, y escrita con una marcada tendencia al sensacionalismo y a lo morboso para atraer a los lectores del periódico donde se publicó por primera vez en folletín, la sexualidad resulta en ocasiones más explícita de lo que estamos acostumbrados a leer en las novelas “convencionales” del siglo XIX. Aunque gracias a un buen dominio del eufemismo era posible disfrazar ciertas delicadas descripciones, transformando lo que podría ser mera y vulgar pornografía en sensualidad poética o poesía sensual.
Para ilustrar con un ejemplo lo dicho anteriormente, veamos como Jean-Louis Dubut de Laforest describe “los encantos” de la Srta de Marbeuf en la imaginación de su primo Gontran, cuando éste se encuentra  en un coche al lado de su prima acercando su cuerpo al de ella en un estado de excitación sexual supremo, tan solo reprimido por la presencia en el vehículo de su madre y su hermana.

Gontran nunca había encontrado a Christiane tan bella, tan deseable, y al contacto de las formas juveniles, al dulce y penetrante calor de los miembros que le huían, imaginó lo que no podía ver, el rosa deslumbrante de los íntimos encantos, las delicadas líneas del torso, la curvatura de los riñones, los salientes, los entrantes, los contornos, hasta la sonriente flor virgen en un bouquet de frondosa vegetación dorada.

Hoy en día, con esta franca y sana costumbre de llamar a las cosas por su nombre, este párrafo sería ciertamente criticado por excesivo barroquismo literario, pero estamos en 1888 y Dubut de Laforest, que ya tenía tras de sí una condena por ultraje a las buenas costumbres por una novela anterior, Le Gaga, debía conducirse con moderación para evitar la intervención de una fiscalía mojigata e intolerante. Así pues, esa descripción está perfectamente justificada al mismo tiempo que no hay que ser un lector hábil para percatarse de inmediato de a lo que se refiere el autor con esos circunloquios.
Haciendo una sucinta síntesis de la trama de la novela, diremos que la protagonista, la señorita de Marbeuf, huérfana virgen e inocente, es arrastrada a la prostitución a raíz del falso testimonio de su primo Gontran, que, despechado por ser rechazado por su prima,  la acusa falsamente de mantener amores ilícitos con un criado.
Dada su elevada condición social, la acusación de Gontran no admite réplica, y la Srta. de Marbeuf se ve abandonada por los suyos y repudiada por su prometido. Christiane de Marbeuf, desesperada, se pierde por las calles de  Paris, donde es víctima de un satiriásico que la desflora en un hotel de mala muerte. Cuando la muerte parece querer llevársela, es recogida de la calle por una prostituta: Marina Paskoff. A partir de ahí, su belleza le abre las puertas de otro tipo de prostitución: la de las amantes mantenidas. Se va a vivir con un estudiante de diplomacia, Marcel de La Bierge, al que abandona por un anciano con dinero, el Sr. Clouard. Su posición económica se hace fuerte y vuelve a ver su primo Gontran. Le hace creer que lo ha perdonado y lo seduce de nuevo con intención de arruinarlo y destruirlo. Cosa que consigue al final de la novela, soportando el asco y la repugnancia de unos besos que Gontran recibe en un alarde de desenfreno continuado.
El sacrificio de la mujer suele ser un aspecto recurrente en la obra de Dubut de Laforest: La Vierge du trottoir, Morphine; Mademoiselle Tantale, Le Gaga, La Crucifiée, Belle-mama… son otros tantos ejemplos de novelas donde la protagonista femenina es mártir de su condición sexual.
La mujer en el siglo XIX carece por completo de entidad jurídica. Las leyes están escritas por y para los hombres, y cualquier intento de legislar de un modo específico para la mujer es objeto de burla. Podría decirse que casi tiene la misma condición que un animal doméstico.
Tanto la filosofía y la literatura imperante en la época están marcadas por una profunda misoginia. Schopenhauer afirma que “la mujer solo tiene la cabeza para llevar el cabello”. Octave Mirbeau considera que la mujer es irresponsable de sus actos, por abyectos que estos sean, comparándola con los animales depredadores que matan por instinto. Maupassant la denomina el sexus sequior al servicio del hombre para gozar de ella y usarla para procrear.
Contra la corriente imperante, Dubut de Larforest es el defensor de la mujer francesa de finales del siglo XIX. Lamentablemente su obra carece de los elementos necesarios para haber alcanzado un grado de consideración más elevado en la historia de la literatura, y en consecuencia su repercusión fue escasa. No obstante, en casi todas sus páginas, se eleva un grito de protesta, una denuncia sobre la condición de la mujer en una sociedad hipócrita que consiente y facilita la conversión de las hijas del pueblo en mujeres dispuestas a venderse para poder salir de la miseria a las que esa misma sociedad las condena.
La prostitución y todo el universo que rodea esa actividad, es el marco donde Dubut de Laforest mueve sus personajes y elabora todo tipo de tramas extraídas de la realidad y con una clara dosis de ficción literaria un tanto exagerada que lo aleja del naturalismo más ortodoxo. Pera esa exageración es necesaria para subrayar su denuncia, para elevar su voz y para defender a un colectivo dejado de la mano de Dios y de los hombres.
La Señorita de Marbeuf se erige en vengadora de todas las mujeres mancilladas y ultrajadas por la prepotencia masculina. Aunque se trata de una venganza que no se disfruta, no en vano el protagonista masculino, Gontran, es consciente de haber sido objeto de una venganza cuando ya está agonizando, y en esa larga y preparada tarea, la señorita de Marbeuf haya dejado por el camino todo su ser, energías y voluptuosidad femenina para acabar sus días en un convento de clausura bajo el nombre de sor María de los Siete Dolores. Sin duda el autor trata de este modo de buscar atenuantes ante sus lectores masculinos, para finalizar con la entrega de la criminal, no a la justicia de los hombres, sino a la justicia divina, donde espera obtener el perdón que no obtendría en ningún otro caso.


José Manuel Ramos González.
Cádiz, agosto 2015