Aunque el Consejo de Estado, en el
mes de mayo pasado, haya ratificado un decreto del ministro del interior,
imposibilitando a un farmacéutico la explotación de su titulación, porque ese
farmacéutico había vendido morfina a dos clientes por treinta y tres luises –
el veneno «amable», el veneno «selecto», el Nirvana de nuestros
fines de siglo, todavía despliega su espantosa devastación.
En Francia hay cincuenta mil
adictos, y este número es sobrepasado en Inglaterra y Alemania. Se ha
necesitado construir hospitales especializados en Londres y en Berlín; pero América
gana por la mano a los iniciados de la vieja Europa. Allí, los establecimientos
se multiplican y se propagan.
¡Ah! ¡Qué orgulloso debe estar el
Sr. Wood[1],
el médico inglés que instauró el uso de la morfina mediante inyecciones
hipodérmicas! ¡Deben estar orgullosos los mayores prusianos que, durante las
batallas de 1866 y del 70, empleaban la droga contra toda sensación anormal y
perdían las gafas y diagnósticos bajo los fenómenos de una embriaguez
desconocida! Sí, el doctor Wood y los médicos alemanes tienen todo el derecho a
enorgullecerse – ellos o sus sombras – ¡pues nunca artistas contribuyeron de
tal modo a abreviar los viajes sobre nuestro gracioso planeta!
Y, alrededor del astro Morfina,
cuyos torrentes de luz se transforman en arroyos de sangre y en velos de duelo,
gravitan unas constelaciones de primer y segundo orden: Turquía tiene sus
consumidores de opio; China sus fumadores; los jóvenes americanos del centro
lían cigarrillos de té; los del norte aspiran el gas del petróleo crudo o
nafta; Irlanda tiene sus bebedores de éter; Argelia, sus bebedores de absenta;
los Orientales adoran el hachís; los noruegos son adictos a la estricnina; los congoleños
comen la pólvora; las damas rusas prefieren el sulfonal y los alemanes la
cocaína. Entre nosotros, y por todas partes, el tabaco y el alcohol; pero la morfina
se encuentra a la cabeza de los alcaloides, de los venenos mundanos.
Uno se pincha, se anima, luego se
duerme, se despierta y sufre; se está loco o muerto, y los médicos discuten el
término exacto.
Levinstein (alemán) propone «morfimanía»; Zambacco (turco)[2]
prefiere «morfeomanía»; Ball (francés) solicita
que sea «morfinomanía». Quedémonos con el Sr.
Ball, sin esperar los veredictos de los Cuarenta del puente de las Artes y de
los Seis de Auteuil-Goncourt.
Al principio, la enfermedad
artificial se acantonaba entre las personas relacionadas con el oficio y sus
allegados –médicos, farmacéuticos, mozos de laboratorio y enfermeros. Hoy, el
morfinómano es un apologista y genera prosélitos.
ESTADÍSTICA DEL DR
LEVINSTEIN
Médico jefe en Schoeneberg-Berlin
32 médicos
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8 esposas de médicos
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1 hijo de médico
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2 religiosas
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2 enfermeros
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1 comadrona
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1 estudiante de medicina
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1 esposa de farmacéutico
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6 farmacéuticos
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1 esposa de oficial
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18 oficiales
|
5 esposas de hombres de
negocios
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11 hombres de negocios
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4 mujeres rentistas
|
3 rentistas
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2 profesoras
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1 profesor
|
4 empleadas
|
4 magistrados
|
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3 propietarios
|
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82
|
28
|
ESTADÍSTICA DEL DR.
G. PICHON
Jefe de Clínica en la Facultad de Medicina de París
17 médicos
|
12 esposas de médicos
|
7 estudiantes de medicina
|
4 esposas de farmacéuticos
|
5 farmacéuticos
|
13 mujeres de baja ralea
|
3 estudiantes de farmacia
|
11 obreras de todo tipo
|
7 obreros
|
4 enfermeras
|
3 enfermeros
|
3 artistas
|
2 mozos de laboratorio
|
3 casquivanas
|
1 fabricante de instrumentos
|
1 comadrona
|
3 artistas
|
2 criadas
|
2 estudiantes de derecho
|
1 religiosa
|
2 hombres de letras
|
|
2 hombres de negocios
|
54
|
3 propietarios
|
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2 abogados
|
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2 campesinos cultivadores
|
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1 marinero
|
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1 sacerdote
|
|
1 oficial
|
|
2 dependientes de comercio
|
|
66
|
|
Ya lo ven ustedes: Hay de todo,
desde la alta sociedad hasta las muchachas galantes, desde los abogados hasta
los campesinos y los obreros. El doctor Pichon, que se dirige particularmente a
la clientela burguesa, señala un solo oficial en los 66 casos observados entre
el sexo fuerte; el doctor Levinstein encuentra 18 cargos del ejército alemán,
sobre 82 individuos. Nuestro ejército no es indemne, a pesar de la estadística
del doctor Pichon, y los informes de los médicos militares constatan un
profundo agravamiento del mal de Wood.
De igual modo que el hipnotismo divierte
a los engominados y a los ociosos, así el morfinismo se convierte en una moda,
un deporte. En Constantinopla, las esposas del Sultán se inyectan bajo los
globos oculares unas agujas variadas con un arte infinito; en París, las
grandes damas poseen joyas-Pravaz[3],
elegantes jeringuillas, muy pequeñas, en cantadoras, de plata, en rojo u oro,
con sus iniciales, sus escudos heráldicos; tienen maravillosos frascos
cincelados donde se ilumina el encantador licor; joyeros de seda roja o de
terciopelo azul, según sea invierno o verano, el color de los perifollos o el
cabello.
–Señora baronesa, ¿está usted
visible? – interroga el vizconde.
–La señora se pravazina, – responde la dama de compañía, muy estirada ella.
Es el té de las cinco. Unos amigos
y amigas rodean a la dama, adulan el frescor de su tez y el brillo de sus ojos.
Tenía migraña, y una ligera inyección ha disipado las brumas de su frente;
estaba nerviosa, irritada; ahora es amable, espiritual, revelando el secreto de
su metamorfosis.
–¡Oh! querida!
–¿Me enseñáis eso?
–Claro que no… unos imbéciles
dicen que es muy dañino.
–¡Os lo suplico!
–Pero vos no estáis enferma.
–¿Yo? ¡Sufro a morir!
–¡Pues bien!, la morfina os
calmará.
Y la morfina las calma; experimentan
sensaciones de beatitud, una embriaguez paradisiaca. Pronto, a este despertar
del espíritu, a esa sobrenatural alegría, suceden la torpeza y el embotamiento.
¡Rápido, una inyección! La primavera florece en los rostros y en las rosas… Más
y más… Días y meses transcurren, y las jóvenes damas en un «estado de necesidad», envenenados sus
cerebros y sentidos, tiemblan y balbucean como ancianas. No retroceden ante
nada para satisfacer su pasión –ocultan la morfina en sus polveras, en los
zapatos, en los carretes de hilo desbobinados y vueltos a bobinar, en las
lujosas prendas de uso íntimo.
Si se les impone la abstinencia, padecerán
crisis nerviosas, alucinaciones, ideas de suicidio y de asesinato; si usted descuida
guardia, corren, si es necesario, completamente desnudas, hasta la farmacia más
cercana; si usted las encierra en su domicilio o en una casa de salud –mediante
amenazas, blasfemias y ofrecimientos de dinero, mediante ruegos, lágrimas y
manifestaciones de dolor –las verá convencer a la más terrible de las
guardianas y corromper a la más fiel de las sirvientas.
¡Cuántas locuras, cuántos crímenes,
cuántos duelos! ¡Oh, la Pravaz! Observen en el último circulo olvidado del
Infierno de Dante a los poseídos del delirium
tremens morfínico: Aquí, un joven declara: «!He perdido mi corazón!» – y va, con el rostro lívido, golpeando puertas,
estremeciéndose al tic tac de los relojes; allí, un viejo oficial llora y gime,
habla de gatos que le arañan, dice que su estómago se divide en dos; más allá,
una dama aúlla a unos monstruos sentados sobre su cuerpo; siente unas cornejas
penetrar en su cerebro, lagartos y víboras sorber y devorar sus entrañas; otra
dama se levanta regularmente a medianoche, extiende los brazos para defenderse
y grita, con voz angustiosa: «¿Que
me queréis, fantasmas?»
Otra enferma, aunque muy conocida en los tribunales, Marie R… (9ª habitación,
junio de 1890), esta Marie, antaño dulce y encantadora, a partir de ahora
víctima de las inyecciones, esta Maríe maltrata a su hijita de cuatro años de
edad. Unos hombres se apuñalan, unas mujeres se estrangulan: tales son los
paraísos del Artificio, sueños de Baudelaire, tales son los ideales que
albergan las mortales embriagueces, donde los perfumes y los licores toman
formas y aspectos humanos, poses, gestos y sonrisas de amantes embrujadas,
rubias como los tabacos de Oriente, floridas de verde como las absentas,
dorados como las añejas y buenas aguardientes, más deliciosamente embalsamados
que la nafta, sutiles, blancos y virginales como la morfina y el éter.
¿Hay remedio, hay salvación? ¿Cómo
combatir el mal? Algunos médicos exigen la supresión de las jeringas, la supresión
inmediata y radical; otros recetan compensadores de narcóticos menos peligrosos:
el cloral, el café, el alcohol. Se trata de engañar a los enfermos con
inyecciones de agua pura; pero, el morfinómano es semejante al alcohólico, y es
necesario dosificarlo, según opinión de las celebridades médicas francesas y
extranjeras, Ball, Güntz, de Burkart, Zambacco, Magnan, Levinstein, Pichon, de
Monvel, etc.; en cuanto a los médicos y a los farmacéuticos, acostumbrados los
unos y los otros a estar en contacto con la morfina, su recaída es segura. ¿Qué
hacer? ¿Prohibir la venta e incluso la fabricación del veneno mundano? Tal vez.
Entonces, ¿echarán de menos las verdaderas enfermedades?
Hachís, opio, alcohol, tabaco,
morfina, té, nafta, cocaína, estricnina, sulfonal, queridos señores y nobles
damas, ¿a dónde nos lleva todo esto?
Queridos paraísos artificiales, un
barnum[4]
americano ya os anuncia bajo el nombre de agentes «pasionimétricos embriagadores», y desde el albor del siglo veinte se leerán vuestros
atractivos eslóganes:
SUEÑO
PARA TODOS.- Indicar la edad, el sexo, la
profesión, el número de horas de sueño que se desea.
EMBRIAGUEZ
PARA TODOS.- 3 píldoras al acostarse. Se
es presa de una embriaguez de Sultán, paradisíaca; uno se levanta al son de
trompetas del Juicio final.
¡Enterrados el Sr. Brown-Séquard y
sus médulas de conejo! ¡He aquí la embriaguez, he aquí el sueño, he aquí el
placer, señoras!... ¡Viva Borgia!
Una inmensa necesidad de reposo se
apodera del hombre. Ya no quiere trabajar ni sufrir más; le ha robado algunos
secretos a la naturaleza – pero lejos de perseguir sus conquistas y caminar un
día como triunfador sobre la tierra vencida, sueña con el eterno olvido de los
seres y de las cosas.
Dubut
de Laforest.
Publicado en Le Figaro el 22 de septiembre de 1890.
Traducción.- José M.
Ramos González.
[1]
Alexander Wood (Edimburgo, 1817- íd. 1884) fue un médico escocés que
pasó a la historia como el inventor de la aguja hipodérmica, que perfeccionaría
el francés Charles Pravaz. El año de la invención fue 1853, cuando Wood ideó un
instrumento que ayudase a aliviar el dolor de su esposa, Rebecca Massey, quien
padecía un cáncer por entonces incurable, inyectándole morfina con frecuencia.
Según se dice, su esposa fue la primera persona adicta a la morfina y
finalmente ella falleció por una sobredosis de dicha sustancia, administrada
con el invento de su marido. (Fuente: Wikipedia)
[2]
El 29 de septiembre de 1890, apareció publicado en Le Figaro el siguiente
suelto: «Bourron
(Seine-et-Marne), 26 de septiembre.
Señor Redactor en jefe: En el artículo del Sr. Dubut de Laforest, sobre “los
venenos mundanos”, publicado por Le Figaro el 22 de septiembre, está citado,
como habiendo escrito contra la morfeomanía,
mi padre, el doctor Zambaco Pacha. Usted añade entre paréntesis (Turco), error que debo reparar. En
efecto, el doctor Zambaco Pacha, miembro correspondiente nacional de la
Academia de medicina de París, oficial de la Legión de honor, etc., de origen
griego y de nombre genovés, es ciudadano francés, como su hijo, que osruega
insertar la presente rectificación y agradecérselo por anticipado.
Demetrius-François ZAMBACO, Abogado en París.»
[3] Charles Gabriel Pravaz (1791-1855),
cirujano y ortopedista francés que fue, junto con Alexander Wood, el inventor
de la aguja hipodérmica. Aunque ambos llegaron a un instrumento similar, fue
Pravaz quien la popularizó con ayuda de Louis-Jules Béhier. Pravaz usó su
jeringa de pistón (conocida como jeringa de Pravaz) para la inyección
intravenosa de anticoagulantes para el tratamiento del aneurisma. (Fuente:
Wikipedia)
[4]
Charlatán de feria (Nota del t.)