La Srta. de Marbeuf es la protagonista
de la novela homónima de Jean-Louis Dubut de Laforest. Se trata de la historia
de una venganza, pero no es una venganza escabrosa ni truculenta, sino dulce y placentera;
venganza cuyo brazo ejecutor es una hermosa mujer y el arma elegida el sexo.
La hipótesis de partida del autor consiste en que cuando la agraviada es una
mujer, ésta, en su deseo de venganza, no es frecuente que haga uso de armas de
fuego o armas blancas por temor a fallar en el intento. Además le repugna la
visión de la sangre, por lo que recurre a procedimientos más limpios como el
veneno, método más sutil y más fácil de suministrar a la víctima, aun
cuando, por el contrario, resulta más difícil de conseguir. Pero en nuestro
caso, no es un arma al uso ni un veneno. Es sencillamente sexo.
¿Una mujer es capaz de fatigar a un
hombre, agotándole hasta el extremo de que esa debilidad desencadene su
muerte?
En el siglo XIX muchos estudios médicos
mantenían la teoría de que los excesos sexuales provocaban en el individuo una
serie de trastornos físicos y psíquicos que solían conducir irremisiblemente a
la muerte. La mayoría de estas enfermedades eran pura y simplemente afecciones
de transmisión sexual, en especial la sífilis, el llamado mal del siglo XIX por
la cantidad de víctimas que provocaba. Nada se sabía de esa enfermedad y por
supuesto se ignoraba el tratamiento para su curación. Ante una medicina
desconocedora de las causas de aquellos gravessíntomas, éstas solían achacarse al abuso
desmedido de las capacidades del cuerpo humano, sobre todo aquellas costumbres
licenciosas propias de una época muy libertina e insalubre.
Tan es así, que en la novela que nos
ocupa, publicada en 1888, y escrita con una marcada tendencia al sensacionalismo
y a lo morboso para atraer a los lectores del periódico donde se publicó por
primera vez en folletín, la sexualidad resulta en ocasiones más explícita de lo
que estamos acostumbrados a leer en las novelas “convencionales” del siglo XIX.
Aunque gracias a un buen dominio del eufemismo era posible disfrazar ciertas delicadas
descripciones, transformando lo que podría ser mera y vulgar pornografía en
sensualidad poética o poesía sensual.
Para ilustrar con un ejemplo lo dicho anteriormente,
veamos como Jean-Louis Dubut de Laforest describe “los encantos” de la Srta de
Marbeuf en la imaginación de su primo Gontran, cuando éste se encuentra en un coche al lado de su prima acercando su
cuerpo al de ella en un estado de excitación sexual supremo, tan solo reprimido
por la presencia en el vehículo de su madre y su hermana.
Gontran nunca había encontrado a
Christiane tan bella, tan deseable, y al contacto de las formas juveniles, al
dulce y penetrante calor de los miembros que le huían, imaginó lo que no podía
ver, el rosa deslumbrante de los íntimos encantos, las delicadas líneas del
torso, la curvatura de los riñones, los salientes, los entrantes, los
contornos, hasta la sonriente flor virgen en un bouquet de frondosa vegetación
dorada.
Hoy en día, con esta franca y sana
costumbre de llamar a las cosas por su nombre, este párrafo sería ciertamente
criticado por excesivo barroquismo literario, pero estamos en 1888 y Dubut de
Laforest, que ya tenía tras de sí una condena por ultraje a las buenas
costumbres por una novela anterior, Le
Gaga, debía conducirse con moderación para evitar la intervención de
una fiscalía mojigata e intolerante. Así pues, esa descripción está
perfectamente justificada al mismo tiempo que no hay que ser un lector hábil
para percatarse de inmediato de a lo que se refiere el autor con esos
circunloquios.
Haciendo una sucinta síntesis de la
trama de la novela, diremos que la protagonista, la señorita de Marbeuf,
huérfana virgen e inocente, es arrastrada a la prostitución a raíz del falso
testimonio de su primo Gontran, que, despechado por ser rechazado por su
prima, la acusa falsamente de mantener
amores ilícitos con un criado.
Dada su elevada condición social, la
acusación de Gontran no admite réplica, y la Srta. de Marbeuf se ve abandonada
por los suyos y repudiada por su prometido. Christiane de Marbeuf, desesperada,
se pierde por las calles de Paris, donde
es víctima de un satiriásico que la desflora en un hotel de mala muerte. Cuando
la muerte parece querer llevársela, es recogida de la calle por una prostituta:
Marina Paskoff. A partir de ahí, su belleza le abre las puertas de otro tipo de
prostitución: la de las amantes mantenidas. Se va a vivir con un estudiante de
diplomacia, Marcel de La Bierge, al que abandona por un anciano con dinero, el
Sr. Clouard. Su posición económica se hace fuerte y vuelve a ver su primo
Gontran. Le hace creer que lo ha perdonado y lo seduce de nuevo con intención de
arruinarlo y destruirlo. Cosa que consigue al final de la novela, soportando el
asco y la repugnancia de unos besos que Gontran recibe en un alarde de
desenfreno continuado.
El sacrificio de la mujer suele ser un
aspecto recurrente en la obra de Dubut de Laforest: La Vierge du trottoir, Morphine;
Mademoiselle Tantale, Le Gaga, La Crucifiée, Belle-mama… son otros tantos ejemplos de novelas
donde la protagonista femenina es mártir de su condición sexual.
La mujer en el siglo XIX carece por
completo de entidad jurídica. Las leyes están escritas por y para los hombres, y
cualquier intento de legislar de un modo específico para la mujer es objeto de
burla. Podría decirse que casi tiene la misma condición que un animal
doméstico.
Tanto la filosofía y la literatura
imperante en la época están marcadas por una profunda misoginia. Schopenhauer
afirma que “la mujer solo tiene la cabeza para llevar el cabello”. Octave
Mirbeau considera que la mujer es irresponsable de sus actos, por abyectos que
estos sean, comparándola con los animales depredadores que matan por instinto.
Maupassant la denomina el sexus sequior
al servicio del hombre para gozar de ella y usarla para procrear.
Contra la corriente imperante, Dubut de
Larforest es el defensor de la mujer francesa de finales del siglo XIX.
Lamentablemente su obra carece de los elementos necesarios para haber alcanzado
un grado de consideración más elevado en la historia de la literatura, y en
consecuencia su repercusión fue escasa. No obstante, en casi todas sus páginas,
se eleva un grito de protesta, una denuncia sobre la condición de la mujer en
una sociedad hipócrita que consiente y facilita la conversión de las hijas del
pueblo en mujeres dispuestas a venderse para poder salir de la miseria a las
que esa misma sociedad las condena.
La prostitución y todo el universo que rodea
esa actividad, es el marco donde Dubut de Laforest mueve sus personajes y elabora
todo tipo de tramas extraídas de la realidad y con una clara dosis de ficción
literaria un tanto exagerada que lo aleja del naturalismo más ortodoxo. Pera
esa exageración es necesaria para subrayar su denuncia, para elevar su voz y
para defender a un colectivo dejado de la mano de Dios y de los hombres.
La Señorita de Marbeuf se erige en
vengadora de todas las mujeres mancilladas y ultrajadas por la prepotencia
masculina. Aunque se trata de una venganza que no se disfruta, no en vano el
protagonista masculino, Gontran, es consciente de haber sido objeto de una
venganza cuando ya está agonizando, y en esa larga y preparada tarea, la
señorita de Marbeuf haya dejado por el camino todo su ser, energías y voluptuosidad
femenina para acabar sus días en un convento de clausura bajo el nombre de sor
María de los Siete Dolores. Sin duda el autor trata de este modo de buscar
atenuantes ante sus lectores masculinos, para finalizar con la entrega de la
criminal, no a la justicia de los hombres, sino a la justicia divina, donde
espera obtener el perdón que no obtendría en ningún otro caso.
José
Manuel Ramos González.
Cádiz,
agosto 2015